San Isidro fue un humilde agricultor cuyo nacimiento muchos sitúan en la pequeña aldea de Caraquiz, en la zona entre Torrelaguna y Uceda, esposo de Santa María de la Cabeza. Murió en el año 973 después de dejar cierto legado como jornalero en el área de Madrid.
Pese a que aún no estuviese santificado, los madrileños le rendían un culto desde el siglo XII que iba incrementándose rápidamente en siglos posteriores. Por ello, las autoridades eclesiásticas, municipales, la aristocracia madrileña y la corona real española lideraron su proceso de canonización en el siglo XVI.
A este santo, debido a su profesión, le tienen por patrono los labradores, agricultores y ganaderos no solo de la capital de España, sino también de numerosos municipios de la campiña, como Marchamalo, donde quienes se dedican a las labores del campo celebran este día desde el siglo XIX.
Siempre se consideró una prolongación de las Fiestas Patronales, participando la mayoría de los vecinos como recordatorio de los dos siglos anteriores, donde la agricultura era la actividad principal entre los marchamaleros.
Durante este día se celebra la Procesión de la Bendición de Campos, en la que la imagen de San Isidro que alberga la Iglesia de la Santa Cruz recorre el pueblo hasta llegar a las tierras de cultivo que aún rodean Marchamalo, se ofrecen bollos de Marchamalo y limonada, y para finalizar un modesto baile en la Plaza Mayor del municipio.
Romería de Marchamalo
La celebración de San Isidro enraíza con otras también de origen agrícola, como la antigua romería de Marchamalo, de la cual aún perviven ciertos vestigios que dan fe de su existencia, como fotografías antiguas o citas en algunos medios escritos conservados en las hemerotecas, como esta del 4 de mayo de 1913:
“No tan animada como en años anteriores pero lo suficiente para poder contemplar las caras más bonitas del pueblo y de muchas señoritas de Guadalajara y pueblos comarcanos, se celebró este año la romería de Santa Mónica. El domingo en los coches que hacían el servicio al pueblo de Marchamalo llegaban de Guadalajara multitud de familias que pasaron un rato agradable. Cuando el cronista regresaba a la capital sonaban los acordes de un enérgico pasodoble que invitaba a bailar hasta los más entrados en edad. Inútil será advertir que la gente joven, incansable, como siempre, rindió culto a la inquieta Terpsicore (musa de la danza)”.
Más recientemente algunas iniciativas populares han intentado revitalizar también esta antigua tradición, con mayor o menor éxito hasta llegar a nuestros días, en los que la asociación local Sentimiento Flamenco ha vuelto a retomarla con el canto de la salve a la Virgen de la Soledad como acto central de la celebración.