Francisco Luis Ablanque de la Plata nació en Marchamalo el 27 de junio de 1897, hijo de un jornalero, Eulogio Ablanque, y su mujer, Francisca de la Plata. Fue el cuarto hermano de cinco, junto con Marcos, Eulogia, Gabriel y la pequeña, Alfonsa. Una vez que alcanzó la edad adulta siempre se le conoció, tanto en España como en Colombia, sólo por su segundo nombre, Luis, que él mismo usaba.
A la edad de 17 años terminó sus estudios de Bachiller, el día 22 de junio de 1914, en el Instituto General y Técnico de Guadalajara, con un sobresaliente en la sección de letras. El día 12 de septiembre de ese mismo año le fue entregado su diploma de Bachiller por la Universidad Central de Madrid. Entre todos sus hermanos tomaron la decisión de ayudarlo para que estudiara medicina en Madrid, sacrificio éste invalorable para su familia, gracias al cual estudió y obtuvo el título de Licenciado en Medicina y Cirugía el 29 de noviembre de 1921 a la edad de 24 años. Esos años no fueron fáciles, pues hacía el trayecto Marchamalo-Madrid casi a diario. Cuando llegaba a casa, no descansaba. Debía estudiar, y el tiempo que le quedaba lo empleaba en ayudar a su padre en las duras tareas del campo que le exigía su condición de jornalero.
D. Luis Ablanque llegó a Buenaventura en el año 1928, un puerto en el litoral Pacífico de Colombia, del departamento del Valle del Cauca. Su capital, Cali, está situada en el lado oriental de la cordillera occidental, sobre el extenso valle del río Cauca. Su propósito era continuar hacia Chile, pero encontró a una monja de la comunidad Vicentina (Comunidad de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl) de nombre Sor Vázquez Cobo, cuyo hermano era el General Alfredo Vázquez Cobo.
Esta monja se encontraba en Buenaventura organizando el hospital, que parecía más un puesto de salud de campaña que un centro de atención hospitalaria, destinado a la enorme población negra, pobre y necesitada de esa región. Ella le mostró el hospital y le contó de todas las necesidades que sufrían, no solo económicas y de material de trabajo, sino también la más importante, la de médicos decididos a colaborar sin más interés que ayudar a esa población pobre de la costa Pacífica colombiana. Seguramente ese panorama llevo a Luis Ablanque a tomar la decisión de quedarse en Buenaventura y colaborar con ese titánico propósito en el que estaba empeñada Sor Vázquez.
Luego de tomar la decisión de ayudar a esas gentes del Pacifico, se dirigió a Bogotá para validar su diploma de médico y ejercer en Colombia su profesión. En Bogotá, como era natural, se reunió con otros compatriotas que ya estaban radicados en Colombia entre los que había varios colegas de profesión. Éstos le insistieron que lo mejor era quedarse en Bogotá o en alguna otra ciudad que contase con una infraestructura más completa para ejercer su profesión, pero Luis Ablanque ya había tomado la decisión de quedarse en Buenaventura. Después de tener legalizada su diploma de médico, regreso a ese pueblo al que le iba a entregar su vida, como efectivamente la entregó.
Ya en Buenaventura, Luis Ablanque se dedicó sin descanso a colaborar con Sor Vázquez en la organización del hospital, intentando prestar un servicio médico adecuado a toda esa gente necesitada. Las cuatro quintas partes del servicio hospitalario eran de caridad, ya que el hospital sólo contaba con algunas pocas habitaciones pagadas destinadas a personas con suficiente capacidad económica. En esos tiempos no existía ningún tipo de seguro social ni sanitario, por lo que muchas de las intervenciones quirúrgicas de Luis Ablanque eran gratuitas.
Llevó a cabo durante muchos años la campaña antipianica hasta erradicar el Pian, enfermedad que era endémica en la región. El Pian, también llamado Buba, es una infección bacteriana de las regiones tropicales causada por el Treponema Pallidum Pertenue. La región en la que llevó a cabo esta campaña es una de las más inhóspitas y lluviosas del planeta; no existían, ni existen hoy carreteras, ni tampoco caminos de herradura. Es selva tropical húmeda y malsana, plagada de toda clase de animales peligrosos, entre los que destaca el mosquito trasmisor del paludismo.
Luis Ablanque iba a todos los ríos, entradas de mar y esteros en pequeñas canoas provistas de un motor fuera de borda en compañía de un ayudante y con los medicamentos para los enfermos. No solo los medicamentos específicos para el Pian, sino también medicinas que podían necesitar aquellas gentes desamparadas. Pasaban periodos de 15 a 20 días fuera de casa, por lo que pasó aquello a lo que se exponía, contrayendo paludismo, el cual lo tuvo muy enfermo, sin lograr quebrantar su voluntad de continuar con la campaña.
Siempre estuvo dispuesto a ayudar con justicia a quien lo necesitara. Mientras su salud se lo permitiese, no dudaba en levantarse de su cama a cualquier hora de la noche e ir a visitar al paciente que lo requería. Sufría de asma, pero cuando no atendió médicamente a un enfermo fue porque materialmente no podía, aunque la gran mayoría de ellos fueran de caridad, sin dedicase más a un enfermo por su rango social, económico o su condición política, pese a la violencia en Colombia.
Luis Ablanque también fue Vicecónsul de la República Española en Buenaventura. Republicano, fue católico convencido sin ser rezandero; siendo alguno de sus mejores amigos en Buenaventura el párroco José Ramón Bejarano quien, horas antes de su muerte le confesó, le administró los santos óleos y tuvieron una charla privada durante media hora. Otro de sus amigos fue el obispo de Buenaventura, Gerardo Valencia Cano, sin olvidarnos a Sor Vázquez.
Uno de los médicos que lo trató al final de sus días y quién le operó de su cáncer hepático fue, por coincidencia, el también español Dr. Vicente Rojo, médico cirujano que ejercía en Cali e hijo del general Vicente Rojo Lluch.
Tuvo una botica, pero no sólo no pudo ganar dinero con la farmacia, sino que le costaba dinero tenerla, ya que cuando el paciente era pobre y no podía pagar la consulta, Luis Ablanque les regalaba tanto la consulta como los medicamentos para el tratamiento. El boticario que trabajaba con él le compro la farmacia, y pocos años después tenía tres farmacias más en Cali.
La población de Buenaventura, y en general la de la costa del litoral pacífico colombiano, está constituida en un 95% por personas de raza negra descendientes de antiguos esclavos, sobreviviendo en un contexto social y económico en la mayor parte de las ocasiones dramático.
Con su labor se ganó el cariño y reconocimiento de la población de Buenaventura, donde una escuela, un centro médico y hasta un hospital, instalado donde estuvo el primero donde ejerció, lucen hoy su nombre.